Apenas hace una semana, aterrizamos después del periplo vacacional que este año nos ha llevado a hacer una tourné por Escocia circulando por la izquierda. En varios sentidos, pues además de comprobar de qué pasta están hecha los conductores del país del haggis y el tartán, comenzamos en Edimburgo y subimos por la costa oriental para ir dando la vuelta en el sentido inverso a las agujas del reloj, parándonos en muchos castillos, muchos pueblos, muchas abadías y en definitiva en muchísimos lugares increíbles para terminar pasando cuatro días en Londres, donde ya estuvimos el año pasado.
Debemos reconocer que el clima nos ha acompañado en todo momento. Ha llovido en pocas ocasiones (que aún para ser agosto, por esas latitudes no es lo habitual) y tampoco ha hecho excesivo frío. El plan era sencillo: alquilar un coche en Liverpool y subir por los Borders viendo abadías hasta Edimburgo. Comprar una tienda de campaña e ir parando donde nos cuadrara, pues en Escocia es de práctica común la acampada libre. Sin embargo, ese plan idílico y tan hippy lo vimos alterado en circunstancias por el cansancio y porque unos buenos amigos (y tocayos) nos acogieron en sus respectivas casas de Aberdeen y Glasgow. Un recuerdo a los Danieles desde aquí.
También, por supuesto, parábamos en Bed & Breakfast, tan de moda… y tan caros. En Edimburgo coincidía el Fringe y era prácticamente imposible encontrar un sitio donde dormir a un precio razonable. En otras ciudades donde también buscamos asilo, concretamente en Dundee y en Oban, pues bueno, digamos que también se notaba que era temporada alta, y sin hacer alardes de gran lujo. En ocasiones, cuando no teníamos ganas de buscar, o simplemente no encontrábamos alojamiento, era mucho más sencillo reclinar los asientos del coche y echarse los sacos de dormir por encima. Parece incómodo, pero la única pega era el incómodo trámite de asearte por la mañana.
Y bueno, todo eso en cuanto al hospedaje. Si alguien quiere consejos o guías sobre cómo sobrevivir a la intemperie en Escocia, pues que nos pregunte que lo tenemos reciente :-). Añado que, pese a las advertencias previas, apenas encontramos midgets, esos molestos y minúsculos mosquitos que hacen imposible la vida del excursionista campestre.
No era mi intención hacer un exhaustivo detalle de todo el viaje, pues estoy convencido de que ni la mitad de la gente se lo va a leer, pues aquí vienen por lo general a ver fotos. Para literatura de viajes ya existen otros (y mejores) blogs; pero claro, no puedo dejar de pensar en que este ha sido un viaje que he querido hacer desde hace tiempo y ni siquiera dedicarle unos comentarios a las imágenes me parecería muy triste. Así que a pesar de que podéis acceder directamente a la galería de Flickr pinchando aquí y saltaros la literatura farragosa, voy a poner, por primera vez y sin que sirva de precedente, comentarios en las fotos. Ahí van.
Borders y Abadías.
Tras aterrizar en Liverpool y darnos un paseo por el mítico Cavern de los Beatles, partimos hacia Edimburgo atravesando la zona de los Borders y de paso, algunas de las abadías que inundan esta zona. A saber, Jedburgh (con un antiguo molino), Dryburgh (donde está enterrado Sir Walter Scott) y Melrose (con un curioso museo); todas ellas en ruinas, pero unas ruinas muy bien conservadas; lo cierto es que el patrimonio histórico escocés se mantiene bastante bien. Por motivos de horario (cierran todo a las 17:30), no nos dio tiempo a ver más, pero dimos por amortizado el primer día de nuestra flamante Explorer Pass y llegamos a Edimburgo por la noche, con tiempo suficiente como para dar un paseo y salir a cenar.
Edimburgo y el Fringe. Primera visita.
El mes de agosto, Edimburgo se convierte en una fiesta. Esa fiesta se llama Fringe y llena High Street (la parte de la Royal Mile que lleva hasta el castillo) de actuaciones callejeras, amén de todas las funciones y representaciones que tienen lugar en teatros y pabellones. Por ello es prácticamente imposible encontrar alojamiento o intentar verlo todo. De ahí que hiciéramos un cambio de itinerario poco antes de empezar el viaje y decidiéramos regresar a Edimburgo casi al final del viaje, antes de ir a Glasgow y volar a Londres.
En esta primera visita no pudimos dejar de sorprendernos por todas las vistas que ofrece la ciudad, por los cementerios victorianos, la Royal Mile, el ambiente de fiesta, en definitiva, el aroma a Escocia que íbamos a respirar durante las siguientes dos semanas. Sirvan de muestra estas imágenes, pero recordad que aquí hay más.
Ese mismo día hicimos la visita al castillo, pero bueno, las fotos no dejan de ser postales y están plagadas de turistas. Os pongo la del Cañón de la Una en Punto, que a esa hora, todos los días, lanza una salva anunciando la hora del lunch, supongo.
Stirling y Perth
Desde Edimburgo, ras nuestra primera noche de camping, salimos hacia Stirling, mítica ciudad cuna de la victoria frente a los ingleses del idealizado William Wallace (poco que ver con el que aparece en Braveheart). En Striling, además del castillo desde donde se ve el campo de batalla donde los británicos pusieron pies en polvorosa, hay, entre otras muchas cosas, una estatua dedicada a (el también idealizado) Rob Roy. A William Wallace le tiene erigido un monumento unos kilómetros al norte, pero entre las prisas por las prisas, apenas tuvimos tiempo de verlo desde abajo de la colina sobre la que se alza. Es curioso ver cómo a pesar de las diferencias con Mel Gibson la cultura cinematográfica hace mella en la imaginería tradicional y muchos de los souvenirs que se compran en las tiendas de la zona recuerdan descaradamente al actor. Por cierto, que aprovecho para decir que a la vuelta del viaje volvimos a ver Braveheart, y lo único que tiene que ver con la historia de Escocia es que los ingleses son los malos; (bueno, y la fotografía, que es impresionante). Pero Robert the Bruce, apenas coincide con Wallace en el tiempo y desde luego el affair del escocés con la princesa de turno es de traca…
De Stirling, fuimos a Perth, donde visitamos el Scone Palace, que lejos de estar en ruinas de hecho está bastante habitado y al día siguiente el austero Huntingtower Castle. Un poco más adelante, llegamos a Stanley Mills, un antiguo molino de lana (aún en uso) pero con una parte adaptada como atracción turística. Muy interesante.
Dundee
En Dundee hicimos un receso en nuestro viaje aventurero y debido a que fue el único día que amaneció lluvioso decidimos que en aras de nuestra salud lo mejor era buscar un alojamiento, antes que echar la tienda de campaña sobre tierra mojada y arrastrar reúma el resto del viaje. Lo curioso del asunto fue que en el momento en el que estábamos firmando la estancia en el B&B, se abrió el cielo, se fueron las nubes y quedó una tarde espléndida. Un consejo; no os aventuréis en los restaurantes orientales; pintan mucho mejor de lo que saben…
Arbroath y Stonehaven
Parada obligatoria, el pueblo costero de Arbroath, donde además del viento infernal y una abadía bastante impresionante, tienen una especialidad culinaria llamada Smoky, que viene a ser pescado ahumado envuelto en papel de estraza y que se come con los dedos. Así expresado no suena tan bien, y su aspecto es bastante poco alentador, pero a mí, que no soy precisamente lo que se conoce como un «fish-friendly», me pareció que estaba exquisito.
Y siguiendo la ruta hacia Aberdeen, otra vista obligada es sin duda Dunottar Castle, en Stonehaven. Impresionante castillo en un más impresionante emplazamiento. Imposible no detenerse y acercarse hasta el acantilado, o si bajas hasta la pequeña playa que tiene, meter los pies en el agua del norte.
Aberdeen
Edurne y Daniel nos acogieron un par de noches en Aberdeen (gracias chicos, fuisteis unos anfitriones geniales y Noelia es genial), lo que nos vino muy bien para recuperar algo de fuerza antes de seguir el viaje. Lo cierto es que en Aberdeen, como tal, apenas vimos la calle principal de arriba a abajo, eso sí, y luego nos acercamos hasta un faro desde donde nos decían que algunos días se podían ver delfines acercándose a la costa; pero en esa ocasión no llegamos a verlos.
Dufftown y Elgin
Nuestra siguiente «gran parada» en la tourné era Inverness, pero antes teníamos que acercarnos a Dufftown (un pueblo con 7 destilerías de whisky hay que verlo sí o sí) y en Elgin, «capital tácita» del cashmere escocés, con una impresionante catedral en ruinas.
En Dufftown, además, aprovechamos para ver el Balvenie Castle, chiquitito, pero que estaba literalmente al lado de la destilería de Glenfiddich, donde habíamos reservado un tour especial que terminó con la degustación de whiskys de 12, 15, 18 y 21 años y una bolinga que hizo que conducir por la izquierda nos resultara sorprendentemente, mucho más fácil.
Inverness, Drumnadrochit y el lago Ness
En Inverness apenas paramos para dormir, pues llegamos ya entrada la tarde y el tiempo tampoco acompañaba demasiado. Después de Elgin, lo único que queríamos era cenar y tomarnos una pinta (una de tantas) antes de dormir en el coche, ya que nuevamente era tarde para acampar y el suelo volvía a estar mojado. Si no recuerdo mal, esa fue la segunda vez que nos llovió en lo que llevábamos de viaje, así que supongo que no podemos quejarnos. En cualquier caso, a la mañana siguiente, tras asearnos como buenamente pudimos en los baños de la estación de tren, nos dirigimos tempraneros hacia el lago Ness y el castillo de Urquhart, en la orilla.
Permitidme que haga aquí un inciso para insistir en que por mucho que os gusten (o no) las fotos del lago, nada es comparable al hecho de estar allí; de ver cómo se esfuma la niebla matutina y cómo aparece de pronto el sol reflejándose en las montañas. Aunque el mal tiempo amenazaba con evitar que pudiésemos dar nuestro paseo de rigor por el lago («the water is choppy this morning») en una barca con sónar (allí todo el mundo busca a Nessie), no tardó en despejar y pudimos surcar las aguas como intrépidos marineros exploradores. Una de las familias que venía con nosotros en la excursión traía, no uno, sino dos perros, y aprovecho este momento con este detalle para decir que nos resultaba alucinante cómo en Escocia cualquier infraestructura pública está pensada para que puedas llevar contigo a tu mascota. Sorprendente el grado de integración que los animales tienen en la sociedad. Igualito que en España, vaya.
Drumnadrochit es el complicado nombre de la aldea (o pueblecito) desde donde operan la mayoría de las excursiones del lago. Es chiquitito y acogedor, y el salmón de allí está realmente bueno. En la oficina de turismo el amable (allí casi todo el mundo es amable con los turistas) empleado que nos atendió nos sugirió un sitio cerca del lago donde poder acampar libremente. Dormir una noche a orillas del lago Ness, con la niebla, el ruido del viento y los patos despertándote por la mañana pidiéndote el desayuno… no tiene precio.
Eilean Donan y Skye
Creo que no miento si afirmo que hoy por hoy, el camino que lleva desde Inverness hacia Skye, pasando por los lagos y el castillo de Eilean Donan (el de Los Inmortales, aunque no es el del clan McLeod) es de los paisajes más impresionantes que he visto en mi vida. No dudo que haya lugares igual de sobrecogedores por el mundo, pero francamente la sensación que transmiten los Glens (valles) cuando pasas entre ellos no merece ser descrita porque creo que ningún adjetivo se acercaría mínimamente a transmitir cómo es en realidad esa sensación. Ni tan siquiera las fotos le hacen mínima justicia y de hecho me sentí bastante triste cuando al llegar a casa descubría que poco o nada se parecían a lo que habíamos visto.
Caso a parte, es la isla de Skye, la isla de las nubes, donde los montes Cuillin trazan un abrupto perfil y el sol se filtra a través de ellos generando un laberinto de luces y sombras que hizo que, literalmente, se me saltasen las lágrimas. Si alguna vez veis que no estoy, empezad buscándome camino de Elgol. Hay muchas posibilidades de que me encontréis pastando ovejas por la zona.
Fort William, Oban, Mull, Iona y Staffa
Muchos sitios ¿verdad?. Bueno, Fort William nos decepcionó un poco. Tanto que íbamos a pasar la noche allí, en un camping en la ladera del Ben Nevis (la montaña más alta de Escocia) y al final optamos por adelantar nuestra llegada a Oban, donde nos alojamos en el Bed & Breakfast más caro de Reino Unido, supongo; pero claro de esos nos enteramos cuando ya habíamos reservado y nos dijeron el precio. En cualquier caso, estaba muy bien y hacían un shortbread casero de llorar de la emoción.
Como decía, Fort William tiene poco más que una calle muy comercial (estoy exagerando, pero después de llegar de Skye, poco te sorprende) y una costa muy larga por el lago. Oban ya es otro cantar. De ahí salían a día siguiente nuestros ferrys para la excursión a las islas de Mull, Iona y Staffa (nombre poco afortunado para lo sorprendente que es este pedrusco en medio del Atlántico).
Por su parte, Mull es bastante impresionante, muy parecida a Skye (si no más verde) e Iona tiene la primera abadía que fundó San Columba (patrón de Escocia, vencedor y verdugo del monstruo del lago Ness, según la leyenda). Este santo hizo tantas cosas que no sé cómo le quedó tiempo de peregrinar. Para colmo, dormía con una almohada de piedra (un canto rodado con forma de Butterfly Pillow, vaya) que espero que no se llevara consigo a todas partes. De la abadía, se dice que es un remanso de paz donde se convirtieron al cristianismo doce reyes vikingos; y lo cierto es que toda la isla de Iona es bastante tranquila.
Pero de las tres islas, la que más sorprende es Staffa. Poco más que un peñón basáltico de columnas hexagonales donde se dice que Mendelssohn se inspiró para componer la obertura de Las Hébridas al escuchar el viento resonar en la cueva de Fingal, que se encuentra en esta isla. Impresionante, como todo por aquí. De camino a esta isla, los delfines salieron a recibirnos con alegría.
Regreso a Edimburgo
Desde Oban, adelantamos nuestra llegada a Edimburgo para aprovechar a hacer algo más de vida cosmopolita. A decir verdad, los castillos escoceses son magníficos, pero al final, también tienes ganas de hacer otras cosas; como por ejemplo, comprar y sentarte tranquilamente a tomar pintas de cerveza y kilos de mejillones.
Volver a Edimburgo después del periplo nos supuso un poco como «volver a casa después del viaje», y eso que aún teníamos que pasar por Glasgow (que apenas tuvimos ocasión de ver) y Londres. Pero como despedida de Escocia y casi colofón del viaje por las Highlands, nos pareció ideal.
Para los curiosos, decir que hicimos el tour del Mary King’s Cross, que te lleva por la ciudad subterránea encima de la cual levantaron la actual High Street. Hay mucha leyenda negra sobre que dejaron a los enfermos de peste morir en las casas y les emparedaron mientras aún vivían, pero según nos explicaron, la historia no fue realmente así y antes de empezar a construir encima de las casas sacaron de allí a los moribundos. No nos dejaron hacer fotos.
Y por fin… Londres
Ya hemos dicho que en Glasgow apenas paramos salvo para alojarnos en casa de nuestro amigo Daniel (sí, también se llama Daniel, como el de Aberdeen) a quien envío recuerdos (bueno y a Raquel y a los niños) y agradecemos su hospitalidad enormemente. El caso es que entre el pitote de devolver el coche, preparar las maletas para coger el avión al día siguiente y que estábamos bastante cansados, ni desenfundé la cámara para llevarme un triste recuerdo de Glasgow. Además, la catedral estaba en obras.
Sea como fuere, terminamos las vacaciones pasando el resto de la semana en Londres, recorriendo a pie en torno a una media de 15 kilómetros diarios… y desde luego que no vimos ni la mitad porque ya habíamos visitado Londres el año pasado. Esta vez el viaje lo enfocamos un poco menos turístico y de hecho en algunas ocasiones la gente nos paraba a preguntar por la calle. Viva el mimetismo cosmopolita.
Nuestra primera visita obligada, fue por Abbey Road, puesto que habíamos empezado el viaje en el Cavern, convenimos que lo suyo sería terminarlo por allí y hacer la foto de rigor cruzando por el mítico paso de cebra tan famoso del disco de los Beatles.
También dimos varios paseos por Hyde Park, cosa que no pudimos hacer la vez pasada tanto por clima como por tiempo. Quiero añadir que esta vez, el clima en la capital británica ha sido sorprendentemente bueno. Además del mercado de Portobello Road y un curso de cocina en el Recipease de Jamie Oliver, regresamos a Camden, donde aprovechamos para hacer compras de última hora.
Y para terminar, después de este largo post en el que si habéis estado leyendo nos habréis acompañado durante el viaje, unas últimas imágenes de los paseos por la capital londinense.
Y se acabó. Muchas gracias por haber leído hasta el final y recordad que además de las fotos que están aquí, podéis verlas todas (más de 200) en el álbum de Flickr que enlazaba al principio del viaje post. Espero que os gusten!!
como te decía…
me encanta! y me alegro muchísimo por vosotros que lo habéis disfrutado! es genial!
y el fotógrafo también!
¡Impresionantes viaje y documento fotográfico! ¡Enhorabuena!