Ana es amiga de mi prima Edurne desde hace más de diez años. Lo han compartido todo y si no fuera porque conozco a mi prima desde hace más tiempo que Ana, casi diría que son hermanas. Bueno, y porque tampoco es que se parezcan mucho… así que hacer las fotos de su boda fue casi como hacérselas a mi prima de verdad. Pero además por todo, porque incluso me adjudicaron un sitio en la mesa y era uno más con el que contar para todo.
Durante el día, pasamos por tres sitios, la boda en Serranillos del Valle, las fotos en Batres, en la ladera del castillo (que no terminamos de ver porque lo han privatizado, cómo no) y luego el convite en Navalcarnero. Precisamente en Batres, acompañados de un tiempo más que bueno para tratarse de finales de noviembre, nos vestimos con hojas secas aprovechando la luz tan bonita que había. Creo que debemos dar gracias al dios de las tormentas por no habernos soltado el chaparrón, porque la verdad que nos hizo un clima ideal.
Pero claro, uno puede pensar que se trataba de una boda normal. Pues no, y es que lo de las «bodas normales», ya no se estila, gracias a Dios. Por eso cuando te enteras de que Ramón (un encanto de persona) tiene ascendencia sudafricana y Ana (qué os voy a decir de Ana) tiene ascendencia iraquí, lo juntas con la ascendencia manchega y se monta el fregao.
Además, no recuerdo haber estado en otra boda, más grande o más pequeña, con una proporción mayor de niños, y eso que en la de Julia tenían un espacio reservado a parte y todo. Pero aquí ya de entrada los novios tenían tres, y luego primos y allegados… pues ya unos cuentos. Me alegran las bodas con niños, lo cierto es que objetivamente hablando (permítaseme este pequeño chiste fotográfico), dan mucho juego.
Si para colmo sumamos las tradiciones sudafricano-iraquíes, tenemos como amenizadora de la jornada nupcial a una bailarina oriental con sable y bastón que inauguró el baile… ¡y vaya baile!
Siempre que escribo una entrada de algún reportaje de bodas me da la impresión de que repito siempre lo mismo; bueno, a fin de cuentas, muchas veces las fotos de boda son muy similares, aunque intento siempre marcar alguna diferencia. Pero a lo que iba. Que es que siempre me tratáis fenomenal. Que los novios sois geniales y que eso, por narices, se tiene que notar en el resultado. Sin duda alguna, eso espero. Y espero que os gusten los reportajes.
Cuando termino el reportaje, si no es muy tarde, o bien ese mismo día, o bien al día siguiente, acostumbro a enviar una pequeña muestra del trabajo a los novios vía whatsapp o email para que por lo menos tengan un recuerdo de ese día mientras esperan al reportaje completo. En esta ocasión, Ana me contestó. «…me dejas a cuadros… sabía que eras bueno… me emocionan las fotos». Pues bueno, el que se emociona en estos casos soy yo, para qué negarlo. No sé si seré mejor o peor que otros, pero lo que sí sé es que en esto de hacer fotos (y no hablo ya de bodas, sino de todo en general) yo le aplico un 20% de técnica (lo suficiente para saber qué hay que hacer en cada momento) y un 80% de corazón (lo mínimo imprescindible para saber qué transmitir en cada momento). Si no sientes lo que estás haciendo, de poco sirve saber usar el flash.