Marcela cumple dos años
Veréis, mis queridos amigos. Uno tiene muchos propósitos en esta vida, pero es que resulta que la vida tiene otros propósitos para cada cual. Más o menos es lo que me pasa a mí. Que quería haber dibujado más, haber hecho más deporte, haberme terminado los tres Dark Souls o simplemente, haber dormido como una persona normal. Pero va a ser que no. Si acaso, habré dibujado la mitad, he reducido mi actividad física a correr detrás de una enana de dos años que parece que desayuna clembuterol para caballos, me he terminado dos Dark Souls y medio y lo de dormir… eso debe ser para los ricos.
Pero de todo lo que podría «no haber hecho» lo que sí que sí he hecho ha sido mantener mi pequeño ritual de una foto diaria (y quien dice una dice a veces cincuenta y siete) a mi hija Marcela. Y mirando todo lo que ha evolucionado en estas cincuenta y dos nuevas semanas, me doy cuenta de que, por ejemplo, ha viajado en avión más veces de las que yo las había hecho en once años; que ha estado dos veces con la «Marcela original»; que ha hecho sus primeras fotografías con una cámara digital, que de amar el agua del baño ha terminado por aborrecerla para luego volver a adorarla; que sigue (eso sí) comiendo como una lima, sobre todo yogures; que le gusta tocar la armónica pero no tanto el xilofón; que es capaz de colorear un dibujo de Pocoyó sin salirse apenas de la habitación; que todavía no sé si es diestra o es zurda (bueno, qué leñe… es zurda); que se aprendió las letras con veinte meses menos la «w» y siempre se salta el siete cuando cuenta hasta diez; que los colores pueden decirse todos y cada uno de ellos con una sílaba menos; que la tierra del parque puede llegar a ser comestible y digerible; que es mejor que no la avisemos si la llevamos a la piscina; que es más fácil decir «Peppa Pig» que «mamá» o «papá»; que lo mejor de Pocoyó es «Elí»; que me he sacado un título oficial master honoris causa en restauración y resurrección de libros para su adecuación al destrozo involuntario de infantes de guardería; que mis vértebras están mejor de lo que yo creía (o lo estaban hasta ayer); que mi perra y mi gata tienen mucha más paciencia de lo que yo creía; que antes del segundo vaso de leche es imposible dormir; ¿he dicho que dormir era de ricos?; que subir escaleras es un deporte buenísimo si tienes menos de dos años pero malísimo si estás llegando a los cuarenta; que no hay forma infalible de cerrar un cajón o guardar algo dentro y que, por ir cerrando un poco la interminable lista, que agradezco todas y cada una de esas cosas que aprendo día a día.
Así que para celebrar estos 366 nuevos días que completan el segundo año (bisiesto) de este pequeño terremoto y a sabiendas de que algún día me lo hará pagar con creces, comparto con vosotros esta nueva sucesión diaria de peripecias que me empeño en hacer día tras día. Y que sepáis que no voy a parar.
Mientras tanto, a la espera del año tres, ¡Felicidades Marcela!
Me encanta el texto, me encantan las fotos y me encanta vuestra preciosa relación.
Se ve que le has dedicado mucho tiempo !. Precioso post dedicado a tu peque ! . Es preciosa y es la fotocopia de Maite ???? felicidades !!!?
¡Preciosas fotos y lindísima siempre Marcela!