Pues ha pasado casi un año desde que hice la última publicación en el blog y un año exacto desde que se incorporó a nuestra rutina diaria Paúl (con tilde en la «u», dejémoslo claro). Ha sido un año, digámoslo así, bastante complicado. Quien diga que tener dos hijos es poco más que tener uno es porque no ha tenido hijos. El segundo eleva la responsabilidad merma el tiempo y te descoloca la rutina exponencialmente respecto al primero. Porque claro, no es uno son dos. Y aún así, se le quiere como si fuera el único (no tendremos en cuenta las noches sin dormir que empiezan poco a poco a relegarse a un pasado difuso aunque apenas hayan transcurrido unas semanas).
Paúl, con tilde, es espabilado; no le queda otra, porque Marcela, sin tilde pero con mucho acento, le hace espabilar a ritmos insospechados. No voy a explayarme en las virtudes de nuestro hijo porque quedaría patente el padre pedante que realmente soy y para eso ya me encargo de hacerles fotos (sí, a los dos y por separado) todos los días con el único fin de que que cuando cumplan años todos los que me han preguntado por ellos se hagan una idea de que, así, en general, nos va muy bien, tenemos unos hijos guapísimos, buenérrimos y estupendérrimos también. Y a las pruebas me remito.
Felices primeros 365 días, Paúl. Con tilde.